¿En qué circunstancias te enteraste de la caída de las Torres Gemelas? ¿Con quién estabas el día que Maradona quedó excluido del Mundial en 1994? ¿Cómo supiste de la muerte de Rodrigo, el cantante de cuarteto? Es probable que la respuesta a alguna de estas preguntas aparezca casi sin esfuerzo: la mayoría de las personas puede recordar detalles que ocurrieron en su vida alrededor de esos sucesos.
Es porque a partir de una situación ligada a un impacto emocional fuerte, se genera una traza de memoria mucho más robusta, que los neurocientíficos denominan “memorias perdurables”, en contraposición a eventos cercanos en el tiempo, pero menos relevantes, que muchas veces no es posible recordar. En relación con esto, según un reciente estudio de un equipo del CONICET, se puede inferir que las mujeres durante la llamada “mediana edad” podrían tener una mayor capacidad de memoria perdurable que los hombres. Algo similar ocurre en torno a los objetos que las personas suelen perder de forma cotidiana: preguntas como “¿dónde dejé las llaves?”, “¿la tijera?” o “¿la billetera?” podrían ser respondidas con mayor eficacia por mujeres de mediana edad, ya que, según el estudio, en ellas la memoria espacial se deterioraría menos que en los hombres.
“Existen muchas diferencias fisiológicas entre hombres y mujeres, y lo que ocurre con el cerebro no es la excepción. Esas diferencias incluso se acentúan más en la mediana edad, cuando comienza la menopausia en las mujeres y la andropausia en los hombres, que es una etapa asociada típicamente con el inicio de una declinación cognitiva progresiva”, explica Natalia Colettis, científica del CONICET en el Instituto de Química y Fisicoquímica Biológicas (IQUIFIB, CONICET-UBA) y una de las autoras del trabajo, que acaba de publicarse en la revista Learning & Memory. “Y si nos centramos particularmente en el hipocampo, un área del cerebro especializada en la formación de memorias, encontramos que, durante la mediana edad, ocurren allí diversos cambios fisiológicos que siguen dinámicas diferentes entre los distintos sexos”.
Para conocer la naturaleza de esas diferencias en la memoria entre los sexos, el equipo trabajó con un modelo de ratas utilizando machos y hembras. Se trata de una práctica poco frecuente ya que, llamativamente, “la ciencia en general tiende a usar exclusivamente a modelos basados en animales macho en todos sus estudios”, señala Martín Habif, investigador en el Laboratorio de Neuroplasticidad y Neurotoxinas (LaN&N) del Instituto de Biología Celular y Neurociencia “Prof. Eduardo De Robertis” (IBCN), UBA-CONICET). “Tiene que ver con que, generalmente, las hembras suelen usarse para el estudio de funciones reproductivas o de hormonas sexuales. Por otra parte, estas presentan variaciones hormonales que son difíciles de controlar para el experimentador. Es así como existe un sesgo hacia el uso de animales macho, que resultan más homogéneos en este sentido, pero que, por otro lado, generan descubrimientos poco representativos de la población en su conjunto. En el caso de estar evaluando potenciales fármacos, estos podrían resultar muchas veces ineficaces para la mujer y eventualmente dañinos”.
Al encarar este estudio a acerca de las diferencias entre ratas macho y hembras, el equipo científico sabía que había diferencias a nivel cerebral entre los sexos en torno a aspectos como la densidad de neuronas, la vascularización del cerebro e incluso cambios en la expresión de algunos genes. Eso llevó a que se preguntaran qué sucede en relación con los fenómenos de aprendizaje y memoria en la mediana edad ante los primeros indicios de deterioro cognitivo. Para averiguarlo, realizaron pruebas conductuales en ratas de mediana edad, que en esta especie equivale a los 12 y los 13 meses de vida, y que en humanos se traslada a una edad promedio de entre los 35 y 45 años.
Lo que observaron fundamentalmente es que en la mediana edad los machos, a diferencia de las hembras, presentan dificultad para establecer lo que se llaman “memorias espaciales de larga duración”. También notaron que los machos tenían mayor dificultad para recordar eventos aversivos, que se habían presentado dos semanas antes, es decir que tuvieron afectada lo que llamamos la “persistencia de la memoria”. “Lo relevante de este hecho, es que los eventos aversivos suelen generar trazas de memoria muy fuerte”, apunta Colettis, y agrega: “Por otro lado, no observamos diferencias en otros tipos de memoria, como la vinculada al reconocimiento de objetos, memorias espaciales y en la habituación a un ambiente”.
Tanto Habif como Colettis subrayan, a partir de este estudio, la necesidad de que en la ciencia se comiencen a realizar experimentos de modo comparativo entre los sexos y no solo utilizando modelos basados en machos. “Para nosotros este estudio es un punto de inflexión en nuestros experimentos. En el laboratorio trabajamos con patologías neurodegenerativas como el Alzheimer utilizando modelos de ratas transgénicas que recapitulan la enfermedad, y al hacer un uso equilibrado de machos y hembras encontramos diferencias entre los dos sexos. Al hallar estas diferencias, entendimos la necesidad de un cambio de percepción general en la ciencia, donde se tome conciencia del impacto de este sesgo”, apunta Habif.
A partir de estos resultados, el equipo científico dirigido por la investigadora del CONICET Diana Jerusalinsky continuará en sus investigaciones, tanto en torno al Alzheimer como en el estudio de los mecanismos de memoria y aprendizaje, utilizando ambos sexos en sus experimentos. “Estamos trabajando con un sesgo que se viene arrastrando y tiene que comenzar a modificarse. Si bien en este trabajo describimos diferencias fisiológicas centradas en lo cognitivo, esas diferencias son el emergente de un montón de diferencias fisiológicas en otros planos subyacentes. Y el hecho de profundizar en el conocimiento de estas diferencias, considero que contribuirá a que las mujeres estemos más protegidas e incluidas el día de mañana”, concluye Colettis.
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