“A finales del siglo XVII, estimamos que había cincuenta y ocho mil ballenas en el Atlántico sudoccidental; hoy, que la población se está recuperando, hay cerca de cinco mil, lo que representa menos del diez por ciento del total estimado previo a la remoción por caza.
En 1830, por ejemplo, llegó a haber menos de dos mil”, comenta Alejandra Romero, investigadora adjunta del Centro de Investigación Aplicada y Transferencia Tecnológica en Recursos Marinos “Almirante Storni” (CIMAS-CONICET). Romero forma parte de un grupo que dirige el investigador del Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (CESIMAR-CONICET), Enrique Crespo, y que tiene por objetivo conocer la historia de explotación de distintos organismos marinos que habitan la Patagonia y estudiar los mecanismos de recuperación que permitieron que estos animales sigan presentes.
Para poder realizar este estudio, publicado en la revista Scientific Reports, Romero debió recabar información de distintas fuentes y entrevistar a varios referentes para poder reconstruir, en números, que cantidad de ballenas capturaban las embarcaciones de distintos países en esta región del mundo.
“Recopilamos una gran cantidad de información y hoy hemos reconstruido la serie de capturas históricas de ballenas desde el siglo XVII hasta la actualidad. Revisar todos esos datos fue un arduo trabajo. Por ejemplo, obtuvimos el acceso a los libros aduaneros del Reino Unido. Ahí se encuentran los registros, escritos a mano, de todo lo que importaron durante el siglo XIX desde diferentes regiones del mundo. Me insumió alrededor de cuatro meses discriminar los datos de la cantidad de ballenas capturadas en el Atlántico Sur y que llegaron al Reino Unido”, describe la Romero.
En la investigación se explica además que la ballena y otros animales marinos, como lobos y elefantes, eran explotados porque su grasa tenía un alto interés comercial. “Los primeros que comenzaron a capturar ballenas fueron los vascos. Empezaron en el siglo VI y la actividad más importante fue entre el siglo XIII y el XVIII. Se iban desde el Golfo de Vizcaya hasta Terranova y la península de Labrador y ahí tenían bases donde pasaban el invierno y luego volvían con la grasa fundida y otros subproductos de la ballena. La grasa, entre otras cosas, se usaba en lámparas de aceite. Durante la Edad meda, con la grasa de estos animales se iluminó toda Europa”, agrega Crespo.
También, según Crespo, es importante destacar que en los inicios la captura de ballena se trataba de una actividad que se desarrollaba de manera manual. “Se las cazaba con arpón de mano desde pequeñas embarcaciones a remo y los vascos capturaban unas cincuenta ballenas por año. Era una actividad sumamente riesgosa y quienes cazaban corrían mucho riesgo de sufrir heridas, congelamiento de miembros y amputaciones”, aclara.
Con el paso de los años y a medida que la tecnología y las artes de pesca fueron mejorando, la cantidad de ballenas capturadas fue incrementándose. A tal punto que en diferentes épocas, distintas especies de ballena estuvieron al borde de la extinción.
“En el caso de la caza de la ballena franca en el Atlántico sudoccidental, los primeros registros de capturas datan de 1602 y fueron llevadas a cabo por la corona portuguesa. Posteriormente se sumaron barcos balleneros de bandera americana, británica, francesa y española. Estimamos que en total se removieron alrededor de cincuenta mil ballenas entre los siglos XVII y XX”, menciona Romero. En 1935, la ballena franca austral fue protegida por leyes internacionales, “pero en 1962, por ejemplo, fueron capturadas ilegalmente por embarcaciones soviéticas, 1335 ballenas en aguas internacionales”, advierte Crespo.
Las políticas de moratoria en la caza implementadas en 1986 por la Comisión Ballenera Internacional permitieron a todas las especies de ballenas recuperar en mayor o menor grado sus poblaciones. “En la actualidad, la tasa de crecimiento poblacional de las ballenas que habitan el Atlántico sudoccidental es positiva, y nuestro estudio proyecta que para el 2030 habrá cerca de cinco mil quinientos individuos. Y aunque aún está lejos del número máximo de su población original, la comprensión de la dinámica de las poblaciones de ballenas resulta fundamental para gestionar y diagramar estrategias de conservación”, concluye Romero.
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