El ecosistema de la laguna Merín, uno de los sistemas lacustres más grande del mundo, ubicado en la frontera entre Brasil y Uruguay, está amenazado por la agricultura intensiva que en cuatro décadas aumentó el nivel de materia orgánica en el suelo —con impacto en proliferación de cianobacterias—, la cantidad de contaminantes en general e incluso la presencia de microplásticos.
Los datos surgen de un estudio realizado por investigadores del Centro Universitario Regional del Este (CURE) y el Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, Uruguay y publicado en la revista Science of The Total Environment.
La laguna Merín es el sistema lagunar costero más grande del mundo y tiene una extensión de cerca de 4.000 km² (un tercio en Uruguay y dos tercios en Brasil). Originalmente se conectaba con el Océano Atlántico, distante a pocos kilómetros, e intercambiaba agua salada que mantenía un ecosistema particular. Pero desde 1977 el sistema lacustre alberga solo agua dulce tras la construcción de una exclusa que impide la entrada de agua de mar al sistema. Esto hizo que la laguna fuera óptima para la agricultura y como fuente de agua potable.
Ya desde principios del 1900, en las zonas bajas de la laguna donde existen humedales, se comenzó a cultivar arroz por las condiciones propicias para ello. Un siglo después también se agregó el cultivo de soya en las zonas secas. Pero a pesar de toda esa actividad humana nunca se había estudiado en profundidad el impacto de la agricultura en el cuerpo de agua.
“Si bien el sistema es muy grande, ya está perdiendo su capacidad de resiliencia por lo que no se puede continuar presionándolo sin control”.
Carolina Bueno, Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales, Universidad de la República, Uruguay
Usando testigos de sedimentos —esto es, muestras de suelo en forma de largos cilindros tomadas del fondo de la laguna—, un grupo internacional de científicos determinó que la actividad agrícola, sobre todo la de carácter intensivo, aumentó notoriamente el contenido de materia orgánica y de otros compuestos contaminantes.
Y ese cambio fue más intenso en tres momentos específicos. El primero fue alrededor de 1977, con el aumento de sedimento producido, predeciblemente, por la construcción de la esclusa. El segundo pico se produjo en la década de los 90, con la introducción de variedades de arroz de alto rendimiento resistentes a la variabilidad climática y a las plagas.
Pero el mayor cambio fue el tercero y se produjo a principios de la década del 2010, en paralelo con el aumento de la producción de soya en la zona. “Si bien no podemos decir que el culpable de la degradación de la calidad del sistema sea directamente la soya, sí sabemos que hace 20 años no habían florecimientos de microorganismos y ahora sí los hay”, dijo a SciDev.Net Carolina Bueno, investigadora del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, Uruguay, y autora principal del trabajo.
Un ejemplo de ello es el considerable afloramiento de cianobacterias que se produjo en 2019. Si bien estos microorganismos siempre se encuentran presentes en la laguna, usualmente están en equilibrio. Sin embargo, al haber más materia orgánica disponible, como se detectó en el sedimento analizado, las cianobacterias proliferen en mayor cantidad.
Los científicos también identificaron en el sedimento la presencia de granos de tierra u otros componentes de mayor tamaño, signo de un aumento de la erosión en los terrenos aledaños, que coincide en el tiempo con la intensificación del cultivo de la soya. Antes las tierras se rotaban entre el cultivo de arroz y la pastura, pero ahora lo hacen directamente entre el arroz y la soya, aclaró la científica.
Si bien los datos obtenidos no muestran un estado crítico de la laguna, sí son una buena línea de base para entender qué se puede hacer y qué no. “Si bien el sistema es muy grande, ya está perdiendo su capacidad de resiliencia por lo que no se puede continuar presionándolo sin control”, aseguró.
Este es un ejemplo de una agricultura intensiva que no es sustentable y que se repite en varias partes de Sudamérica, aseguró a SciDev.Net Felipe García, académico del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de la Universidad de la República, Uruguay, y coautor del trabajo. “No solo se está produciendo una carga de materia orgánica extra, sino también de glifosato, nitrógeno, fósforo y el arsénico, entre otros”, advirtió.
Por ello, coinciden los científicos, estos datos deben considerarse para futuros proyectos entre los que se encuentran la aún mayor intensificación del cultivo de la soya y las carreteras fluviales.
Pero lo anterior no sería lo único que está amenazando a la laguna Merín. En las muestras estudiadas también se encontraron, desde principios de los 90, una creciente presencia de microplásticos.
Ello se explicaría porque usualmente el suelo contiene entre 4 y 23 veces más microplásticos que el agua o el mar, dijo a SciDev.Net Mauricio Schoebitz, académico del Departamento de Suelos y Recursos Naturales de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Concepción, Chile, y quien no fue parte del trabajo. En el caso de la laguna Merín los microplásticos provendrían, en su mayoría, de los terrenos aledaños.
Para evitar esta contaminación se debe controlar el uso y disposición de macetas, tuberías y de los diversos implementos de este material que se utilizan en la agricultura. “Pero también porque los microplásticos son vectores de otros contaminantes como hongos o bacterias, y también de contaminantes orgánicos persistentes y metales pesados”, aseguró el investigador.
> Enlace al estudio publicado en Science of The Total Environment
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